Están a años luz de los récords de Eddy Merckx y gozan de mucha menos popularidad que otros pentacampeones del Tour como Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Induráin. En total, son 67 los corredores que se enfundaron el Maillot Amarillo durante una única jornada (o incluso menos) en toda su carrera y que, a su manera, lograron transmitir un mensaje de excelencia y humildad.
En la salida del Tour de 1962 se vivió una pequeña revolución con el regreso de los equipos patrocinados y el mutis por el foro de las selecciones nacionales. Esta fórmula buscaba revitalizar a unos favoritos más motivados que nunca por los directores deportivos que los supervisaban (¡y les pagaban!) durante todo el año. El defensor del título, Jacques Anquetil, dirigía el gran equipo ACBB-Saint-Raphaël, mientras que Raymond Poulidor, ya reconocido tras ganar la Milán-San Remo y el campeonato de Francia, debutaba en el Tour por cuenta de las bicicletas Mercier. En un primer momento, nadie prestaba atención a un Tom Simpson cuyas dos primeras participaciones habían sido más bien anecdóticas (29.o en 1960, abandono en 1961), sino que todas las miradas estaban puestas en André Darrigade, su líder en el equipo patrocinado por la achicoria Leroux, quien se había impuesto al esprint en la segunda etapa con meta en Herenthals.
«Si llueve en Wimbledon, no cabe duda de que en la prensa me dedicarán artículos un poco más largos que de costumbre. Si no, es posible que hasta pase desapercibido».
En el pelotón, el británico (pero también bretón de adopción tras instalarse en Saint-Brieuc) arrastraba una reputación de pésimo estratega y L’Equipe lo describía como «un descerebrado dotado de una clase enorme, aparentemente desperdiciada en un espíritu impetuoso». En cualquier caso, cuando llegaron los primeros compases de la montaña en el macizo pirenaico, Simpson logró colocarse al acecho en la 3.a posición de la general para abordar la etapa de Saint-Gaudens. Aunque Bahamontes había dejado entrever en el Tourmalet y el Aspin su intención de disputar los puntos del maillot de lunares, la ascensión a Peyresourde se encargó de seleccionar a un grupo de 22 corredores integrado por la mayoría de los favoritos. Robert Cazala acabaría adjudicándose la etapa, pero la sensación fue Tom Simpson al convertirse en el primer británico que lograba enfundarse un Maillot Amarillo.
Siete años antes, Brian Robinson había encabezado la primera delegación inglesa en la ronda gala, mientras que en 1958 había logrado nada más y nada menos que la primera victoria de etapa de un ciclista británico. Sin embargo, en Simpson aparecía un verdadero aspirante al Tour tras su victoria en la Vuelta a Flandes de 1961 y su segunda posición en la París-Niza disputada en la primavera de 1962. Motivos más que suficientes para dar alas a un campeón absolutamente encantado con el papel de embajador del ciclismo que ya podía asumir tras su toma de posesión en el Tour: «Si llueve en Wimbledon, no cabe duda de que en la prensa me dedicarán artículos un poco más largos que de costumbre. Si no, es posible que hasta pase desapercibido», bromeaba Tom Simpson antes de profetizar su destronamiento al día siguiente. «Por supuesto, me gustaría conservar el Maillot Amarillo el mayor tiempo posible, pero me preocupa un poco la etapa contrarreloj de Superbagnères. Algo larga para mi gusto». Efectivamente, el Maillot Amarillo pasó de Simpson a Jo Planckaert antes de quedarse en poder de Anquetil. Cincuenta años más tarde, uno de los herederos lejanos de Simpson, Bradley Wiggins, también formado en la escuela de la pista, lograba que la bandera del Reino Unido ondease en el podio de los Campos Elíseos.
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