Están a años luz de los récords de Eddy Merckx y gozan de mucha menos popularidad que otros pentacampeones del Tour como Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Induráin. En total, son 67 los corredores que se enfundaron el Maillot Amarillo durante una única jornada (o incluso menos) en toda su carrera y que, a su manera, lograron transmitir un mensaje de excelencia y humildad. En el Tour de 1931, al final de la segunda etapa, Max Bulla se convirtió en el primer y último cicloturista que llegó a vestir el Maillot Amarillo. Hazaña nada baladí. Están a años luz de los récords de Eddy Merckx y gozan de mucha menos popularidad que otros pentacampeones del Tour como Jacques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Induráin. En total, son 67 los corredores que se enfundaron el Maillot Amarillo durante una única jornada (o incluso menos) en toda su carrera y que, a su manera, lograron transmitir un mensaje de excelencia y humildad. En el Tour de 1931, al final de la segunda etapa, Max Bulla se convirtió en el primer y último cicloturista que llegó a vestir el Maillot Amarillo. Hazaña nada baladí.
En aquel tiempo, había ases del ciclismo y cicloturistas. La denominación de las categorías por sí sola ya refleja la poca estima en la que se tenía a estos ciclistas sin galones en el Tour de Francia y a los que, pese a ser la mitad del pelotón al inicio de la edición de 1931, se aceptaba únicamente para hacer bulto. Al margen de los equipos nacionales, estos corredores no recibían ningún tipo de asistencia mecánica y se contentaban con participar en la ronda gala sin ser protagonistas. No cabe duda de que la mayoría de estos ciclistas «independientes» pedaleaban muy por detrás de los campeones, pero Max Bulla pertenecía a esa categoría por culpa de su nacionalidad, ya que Austria no contaba con suficientes corredores para crear un equipo digno que pudiese codearse con las élites.
La capacidad del ciclista vienés había quedado más que demostrada en la Vuelta a Alemania de 1930 y le había valido una invitación para participar en la final de los Mundiales de 1929 antes de quedar rezagado por una mala elección de engranajes de Ronsse y Binda. En la salida de la 2.a etapa del Tour de 1931 desde Caen, Bulla formaba parte de ese pelotón secundario al que los organizadores hacían esperar diez minutos hasta que las estrellas rutilantes del ciclismo se hubiesen distanciado para no molestarles. Ahora bien, en la ruta hacia Dinan, tres de estos cicloturistas, los más audaces y en mejor estado de forma, llegaron a acercarse lo suficiente al primer pelotón como para rubricar el mejor crono en la meta. El austriaco Max Bulla, el parisino René Bernard y, por último, Adrien Van Vierst, natural de Reims, se situaron así, y en ese orden, en lo más alto de la clasificación general. Con el Maillot Amarillo para Bulla, claro está.
Al día siguiente, Henri Desgrange aprovechó para burlarse una vez más de las grandes figuras del ciclismo en su columna de L’Auto y deshacerse en elogios con Bulla: «Hemos tenido el placer de seguir a Bulla en su hazaña desde el principio. Este muchacho armonioso y de buena planta, con una buena posición en el sillín y un pedaleo redondo, ejecuta sin esfuerzo movimientos hermosos y huele de lejos a un hombre con clase. Su figura distinguida y sus ojos fulgurantes de malicia, cuando no de inteligencia, hablan con elocuencia de este joven que no sabe ni una palabra en nuestro idioma. Con una alegría similar a la de Leducq, su amabilidad constante completa el agradabilísimo aspecto del nuevo portador del Maillot Amarillo». En la etapa siguiente con meta en Brest, Bulla volvió a salir con el grupo de cicloturistas pese a la camisola dorada, pero no pudo repetir la gesta del día anterior y acabó cediendo el liderato de la general. Más adelante se alzaría con otras dos victorias de etapa hasta terminar el Tour en 15.a posición, como líder de los «independientes». Después de 84 años, Austria sigue esperando a que uno de sus corredores vuelva a vestirse de amarillo en el Tour.