Con las joyas ocurre como con las canciones y los vinos: aunque cualquiera las puede reconocer de un simple vistazo, las disfruta más el ojo (el oído, el paladar) entrenado. El triunfo de Romain Bardet fue una joya para el espectador que simplemente pusiera la televisión por casualidad y gozara con lo incierto y emocionante de la resolución. Sin embargo, el auténtico aficionado disfrutó de varias dimensiones añadidas al saber que era la culminación de una vida deportiva que se agota: que el talentoso escalador galo se desprendía de un plumazo del ‘síndrome de Poulidor’ que siempre le acosó en tanto que eterno favorito que jamás se vistió de amarillo, y lo hizo corriendo por instinto después de años corriendo encorsetado por la (dichosa) general.
Bello como las joyas es el concepto de la ‘joya prestada’ que sirvió para titular un disco de la Niña Pastori: hacer propio el hito de otro para honrarlo. Es lo que hará este domingo el Tour de Francia con la subida de San Luca, el bello y exigente repecho de Bolonia que en el Giro d’Italia estrenó, allá por 1956, nada menos que Charly Gaul. La jornada, que comenzará en la Cesenatico de Marco Pantani, no culminará frente al Santuario de la Virgen de San Luca como sí hizo la contrarreloj inaugural de la ‘corsa rosa’ de 2019 en la que se impuso Primoz Roglic, que aquí mismo sometió a Tadej Pogacar en el Giro dell’Emilia en 2023 igual que lo hizo Enric Mas un año antes. Esta vez será diferente, con dos subidas y bajadas hasta meta porque el Tour es el Tour y cualquier carretera es muy diferente en la Grande Boucle. El Tour, como ciertas personas, dota de otra dimensión a las joyas.
