Muy por detrás de Eddy Merckx, Bernard Hinault o incluso Mark Cavendish, cerca de trescientos corredores solamente han paladeado una vez lo que se siente al ganar una etapa en el Tour. Desde ahora hasta que dé comienzo la carrera el próximo 7 de julio, letour.fr rememora la trayectoria de 10 campeones cuyo palmarés se limita a un día de gloria. En 1994, el Mont Ventoux era la montaña estrella de una etapa de Carpentras en la que Eros Poli, uno de los peores escaladores del pelotón, logró imponerse después de 171 kilómetros de escapada en solitario. Clase italiana en su máxima expresión.
Parecía que se hubiesen equivocado de protagonista, pero Eros Poli supo bordar el mejor papel de su vida. Corredor en la sombra por excelencia, tenía perfectamente asumida su condición de gregario. Resistente, fuerte y entregado, era uno de los engranajes de la máquina del esprint Mario Cipollini, cuyas aceleraciones eran precisamente imparables cuando el equipo le buscaba las mejores condiciones posibles. Cuando se trataba de apretar en las rectas para neutralizar una escapada o de abrir camino durante un largo trecho final para proteger del viento a su capitán, Eros Poli se manejaba como nadie. En la montaña, también era capaz de marcar el tempo del grupetto con precisión de metrónomo para evitar grandes retrasos a los peores escaladores del pelotón. En esos trances, el coloso de Verona se desenvolvía como pez en el agua, pero las posibilidades de verle atacar en la etapa Montpellier-Carpentras eran las mismas que las de un yunque que buscase el récord del mundo en los 400 metros mariposa. Ahora bien, nada sucedió como estaba planeado en aquel Tour de 1994.
En primer lugar, Cipollini estaba maltrecho después de la Vuelta a España, que ese año se había disputado por última vez en el mes de abril. Como el velocista estrella no estaba en condiciones de acaparar victorias de etapa en la primera semana, el equipo Mercatone Uno iba como pollo sin cabeza desde la salida de Lille. Eros Poli se apuntó al juego de las escapadas en solitario y ya había probado suerte en la etapa del Futuroscope, pero acabó pagando el pato frente a los cazadores de escapados del GB-MG Maglificio. Fue precisamente uno de ellos, Rolf Järmann, quien tuvo la poca delicadeza de atacar en un momento en el que el grueso del pelotón se había permitido un «descanso técnico». Esa argucia acabó de irritar a Eros Poli, quien recogió el guante del insolente suizo, lo dejó atrás y atacó en solitario a unos 171 kilómetros de meta, como si se hubiese olvidado de que el Mont Ventoux se interponía en su camino.
Parecía una locura, pero la proeza fue materializándose. Al llegar a los pies del Mont Chauve, Poli se había granjeado una ventaja de 23’45’’. Su objetivo estaba claro: tenía que limitar las pérdidas a un minuto por kilómetro y alcanzar la cima con unos 4’ de margen para tener esperanzas de victoria. Con 1,94 m de altura y 87 kg, su físico no ayudaba, pero el italiano hizo de tripas corazón, luchó en cada cuesta, sudó la gota gorda, resistió ante el avance perseguidor de Pantani y se lanzó en picado en el descenso hacia Carpentras. Quedaban 41 kilómetros y lo más duro ya había pasado, porque Poli, campeón olímpico en la contrarreloj por equipos de Los Ángeles, no tenía miedo a ese último esfuerzo al que estaba más que acostumbrado y llegó a meta con 3’39’’ de ventaja sobre su perseguidor más inmediato. Al día siguiente, Françoise Inizan, la periodista de L’Equipe, calificó la victoria de gran obra poética y metafórica: «Eros Poli inspiró así a todos los soldados rasos del pelotón. A todos esos acólitos anónimos y leales al servicio de los grandes».