Una vida cambia en un instante, y a lo largo de tres semanas hay muchos instantes. Hemos visto grandes victorias, cinco de ellas de un Tadej Pogacar que desde Pla d’Adet sólo compite con la historia, y también grandes derrotas, como la marcha a casa de Primoz Roglic por dos caídas azarosas cuando se disponía a pelear el podio. Expectativas defraudadas, como las de tantos hombres que pensaban en el top10 de la general y se marchan con las manos y las piernas vacías, y superadas, como las de Biniam Girmay con un maillot verde y unos triunfos que le meten en la historia. Éxito inolvidables, como la 35ª de Mark Cavendish o el regreso de Jonas Vingegaard a un nivel competitivo sólo diez semanas después de temer por su vida, y otros tan insignificantes que ya no figuran en nuestra memoria.
Todo culminará en Niza. Será la primera vez en toda la historia en que el Tour no acabe en París, y es harto probable que también la última. En tanto que ocasión única, nos corresponde disfrutarla. Serán 33,7 kilómetros de contrarreloj individual entre Mónaco y la capital de la Costa Azul, con los pasos por La Turbie (2ª, km 11,2) y el mítico Col d’Èze (km 17,1) para recordarnos que estamos en un entorno que rebosa ciclismo. Remco Evenepoel dejó dicho que el triunfo parcial se decidiría entre los tres hombres de la general (Tadej, Jonas y él), y probablemente lleve razón: el recorrido es así de duro, y ellos así de buenos. Dicho lo cual, será un placer pasar revista a todos y cada uno de los ciclistas y despedirnos de ellos, aceptando que cuando el último cruce la meta se habrá acabado nuestra parte favorita del verano. Y nos tocará esperar once largos meses hasta que el Tour de Francia, que es como la suerte, vuelva a nuestras vidas, para cambiarlas en uno de sus muchos instantes.
