Toda mi carrera deportiva ha sido así: una montaña rusa, con tantos subidones y tantos bajones… He perdido la cuenta de cuántas veces me he visto hundido y he tenido que remontar. Todo este tiempo, mi mujer y mi hija han creído en mí. Ayer se me escapó una gran oportunidad [de ganar], y por la noche y esta mañana sostuve dos largas conversaciones con mi mujer. Ella me dijo que, si quería ganar, debía apostar. Y tenía razón. Esta victoria se la dedico a mi hija. Estuve toda la subida final pensando en ella, y en mi mujer. Esto compensa todos los esfuerzos y sacrificios de estos años.
En el equipo BikeExchange-Jayco nos habíamos marcado el objetivo de hacer algo en esta segunda semana. La etapa de ayer era muy propicia, pero empezamos a trabajar demasiado tarde y la marramos. Hoy yo disponía de mi última oportunidad después de ser segundo tras Pogacar y Van Aert en Longwy y Lausana. Una vez entré en la escapada, sabía que debía atacar lo antes posible porque era preferible que me persiguieran a perseguir yo. El terreno era rompepiernas, y eso me venía muy bien. Cuando los otros tres corredores empalmaron conmigo desde atrás, se quedó una situación perfecta para mí. En cuanto al duelo con Alberto Bettiol, aguanté con uñas y dientes hasta que él aflojó… y entonces arranqué yo. Mi actuación de hoy demuestra que no solo soy un velocista: también puedo correr de esta manera.