En los años de cambio de década, el Tour de Francia ha conocido cambios organizativos entre bambalinas, con un alcance que en ocasiones ha resultado decisivo y, en otras, anecdótico. El viaje en el tiempo propuesto por letour.fr continúa en 1950, año marcado por la partida de los corredores italianos tras los incidentes protagonizados por Gino Bartali y unos espectadores poco hospitalarios en los Pirineos. Entre el resurgimiento de viejas rencillas internas en el seno de la “Squadra” y las consecuencias diplomáticas del asunto del col d'Aspin, el Tour de 1950 tuvo repercusiones más allá de las carreteras francesas.
Surgió una disputa entre dos países vecinos en el Tour de Francia, tan sencillo como eso y, al mismo tiempo, mucho más complejo que un anecdótico exceso de celo y de vino por parte de los aficionados de ambos países. En 1950, persisten las secuelas de la Segunda Guerra Mundial y el recuerdo de la colaboración del régimen de Mussolini con la Alemania nazi sigue bien vivo. A nivel político, la voluntad de volver a integrar a Italia en el concierto de las naciones se palpa de forma clara a ambos lados de los Alpes. Sin embargo, los avances son aún comedidos y el terreno deportivo desempeña también un papel en este proceso. En el mundo ciclista, la federación italiana (UVI) solo será readmitida en la UCI en 1947. De forma paralela a las instancias, los organizadores se movilizan para otorgar consistencia al pelotón y lograr un número máximo de encuentros entre los campeones de ambos países, por ejemplo a través de la creación del Challenge Desgrange-Colombo, en honor a los fundadores del Tour de Francia y el Giro de Italia. Para simbolizar la amistad renovada, se organiza una meta del Tour de 1948 en Sanremo, etapa en la que llegan en primer lugar Gino Sciardis y Urbain Caffi, dos corredores franceses de origen italiano.
El interés de los dos periódicos organizadores, L'Equipe y La Gazzetta, de garantizar a sus carreras una participación nutrida del más alto nivel, coexiste con el chovinismo que también ayuda a vender periódicos. Sin embargo, este posicionamiento tiende a caldear el ambiente y en el Tour de 1949, los corredores franceses reciben numerosos insultos y empujones y se convierten en el blanco de pedradas por parte de los aficionados italianos en la etapa con meta en Aosta. Tras el claro dominio de Bartali y Coppi en las dos ediciones precedentes y una estrategia minimalista que no hace muy populares a los corredores italianos en Francia, el Tour de 1950 arranca con un ambiente más bien hostil hacia su ellos. Gino Bartali, parte como gran favorito, puesto que Coppi no puede finalmente acudir a la cita, y se siente amenazado desde los primeros días, en los que los italianos se imponen tres veces en cinco etapas. En la crono disputada en Bretaña, evita, por poco, una caída, cuando un espectador lanza un palo a su rueda, pero su director deportivo, Alfredo Binda, dialoga hábilmente con los periodistas italianos para que no empeore la situación. El mismo Gino declara en La Gazzetta la víspera de los Pirineos que "es mejor no ganar", simplemente para reducir las tensiones.
En el hotel de Francia en Loures-Barousse, la delegación italiana recibe la visita de Jacques Goddet en persona, que desea convencer a Bartali de que permanezca en la carrera. Pero los argumentos del director no surten ningún efecto. El líder de la “Squadra” siente que corre peligro.
Los temores del dos veces campeón están bien fundados. En la etapa Pau-Saint-Gaudens, el ambiente es cada vez más inhóspito. En la ascensión del col d'Aspin, Robic y Bartali acaban por tierra debido a la presión de la muchedumbre y luego la situación degenera. Los testimonios de esta escena confusa varían considerablemente, pero el límite de la mera intimidación se había superado con creces y, con toda probabilidad, se llegó a los puñetazos. Sea como fuere, Bartali logra volver al grupo a la cabeza y se impone con toda su furia al sprint en Saint-Gaudens, mientras que su joven compañero de equipo Fiorenzo Magni se hace con el maillot amarillo. Decide irse del Tour, puesto que siente que corre peligro. Esa tarde, en el hotel de Francia en Loures-Barousse, la delegación italiana recibe la visita de Jacques Goddet en persona, que desea convencer a Bartali de que permanezca en la carrera. Sin embargo, los argumentos del director (incluso financieros, según algunas fuentes...) no surten ningún efecto. El líder de la “Squadra” se siente amenazado y lo explica en L'Equipe, aunque matiza, al mismo tiempo, para evitar herir susceptibilidades: "En múltiples circunstancias he recibido aquí una magnífica acogida. Sin embargo, basta un loco para que se produzca una catástrofe. Y lo que me da miedo es ese loco. Espero que me entiendan; tengo hijos, una familia. ¿De qué sirve asumir un riesgo así? No, mañana volveré a Italia". En el clan italiano hay división de pareceres. Fiorenzo Magni, a la cabeza en la general considera que tiene posibilidades de ir a por la victoria más hermosa de su carrera. Lo que no le gusta nada a Bartali, entre otros, por el pasado miliciano de Magni. Alfredo Binda, al frente del equipo, piensa ante todo en la necesidad de mantener unas relaciones cordiales con los franceses, pero, al final apoyará la posición de Bartali y asume la salida en grupo de las dos formaciones italianas, llevándose consigo a los "cadetti". La situación beneficia a Ferdi Kübler, nuevo maillot amarillo, pero causa un gran alboroto. Cuando se van los italianos, se decide rápidamente anular la llegada de Sanremo, prevista cuatro días más tarde, por miedo a las represalias por parte de los tifosi. Goddet y su departamento encaran el reto logístico y logran preparar una llegada en Menton, teniendo que alojar y alimentar a más de 1.000 personas. Las consideraciones prácticas quedan relegadas bastante rápido a un segundo plano, puesto que el asunto de Aspin pasa a la vía judicial con el inicio de las pesquisas y al plano político, en un momento en el que se ven amenazadas las relaciones francoitalianas. Los diplomáticos de los dos países, menos impetuosos que sus aficionados respectivos, se esfuerzan por calmar las tensiones. El ministro de asuntos exteriores, Robert Schuman, envía rápidamente un mensaje al embajador italiano para comunicar que "lamenta profundamente los incidentes de los que han sido víctima los corredores italianos". El tema también surge en los debates parlamentarios de ambos países. Edouard Bonnefous, presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, declara solemnemente que "los italianos son amigos que han acudido a nuestro país para hacer gala de su elegancia, no para que les insulten. No podemos permitir que un puñado de canallas comprometa las buenas relaciones entre los dos países". Con las mismas ansias de tranquilizar, el embajador de Italia en París respondía que "el pesar expresado por el ministro francés de asuntos exteriores ha permitido recordar que incidentes así no pueden jamás perturbar las relaciones amistosas entre dos gobiernos y dos pueblos, cuya colaboración se irá desarrollando cada vez más en todos los ámbitos". En cuanto al ciclismo, los presidentes de las dos federaciones, Adriano Rodoni y Achille Joinard, se reunían la segunda semana de agosto con los organizadores del Tour para hablar sobre el futuro. Y los italianos estarían bien presentes en la Grande Boucle en 1951.