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La hazaña de una vida: Albert Bourlon (IV/X)

Muy por detrás de Eddy Merckx, Bernard Hinault o incluso Mark Cavendish, cerca de trescientos corredores solamente han paladeado una vez lo que se siente al ganar una etapa en el Tour. Desde ahora hasta que dé comienzo la carrera el próximo 7 de julio, letour.fr rememora la trayectoria de 10 campeones cuyo palmarés se limita a un día de gloria. En el Tour de 1947, Albert Bourlon se escapó en solitario en la primera etapa pirenaica y acabó venciendo tras liderar la carrera durante 253 kilómetros. La escapada más larga de la historia «moderna» de la prueba.

Albert Bourlon conoció de primera mano el Tour antes de la guerra, pero su primera participación en 1938 no fue para tirar cohetes. Potente y generoso en el esfuerzo, arrastraba la reputación de corredor poco táctico, abocado a labores de aguador. Obrero comunista recién salido de las fábricas de Renault, donde destacó sobre todo por su participación sindical en las huelgas de 1936, cabe decir que su fracaso en el Tour de ese año no fue nada en comparación con sus tribulaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Tras ser detenido y enviado a los campos alemanes, intentó escapar en numerosas ocasiones antes de conseguirlo, para después atravesar a pie Ucrania, Eslovaquia y Hungría en busca de refugio en Rumanía, donde, ya que estaba, aprovechó para ganar en 1944 la clásica Bucarest-Ploiești-Bucarest. Digamos que, en materia de escapadas, el corredor de la región de Berry se ganó a pulso sus galones de hombre de hierro, lo que también le valió la Cruz de Guerra francesa. Sin embargo, en la salida de Carcasona en el Tour de Francia de 1947, nadie daba un duro por el corredor del equipo Centre-Sud-Ouest cuando salió como una bala desde el kilómetro cero después de que Jacques Goddet diera el banderazo de salida desde su Hotchkiss descapotable. Al parecer, la intención del propio Albert solo era hacerse con la recompensa monetaria de la meta volante de Espéraza a unos 50 kilómetros de la meta. Desde luego no pensaba en llegar hasta Luchon en solitario.

Ahora bien, a mitad de la etapa, y con 29 minutos de ventaja, Bourlon comenzó a creer en sus posibilidades. Pese a ser un escalador del montón, apretó los dientes para ascender el Portet d’Aspet, después para franquear el Col des Ares y para terminar presentándose en las callejuelas de Étigny con 16 minutos de ventaja. Tiempo suficiente para asearse, vestirse de calle y charlar tranquilamente con Marcel Cerdan antes de presenciar la llegada de sus perseguidores. Al día siguiente, Jacques Goddet rindió homenaje a la tozudez de Bourlon en L’Equipe: «Los 253 kilómetros de nuestra decimocuarta etapa no eran demasiado exigentes porque tampoco hicieron estragos entre los grandes, pero siguen siendo 253 kilómetros por una larga sucesión de colinas y pequeñas elevaciones. Todos los perseguidores se las prometían muy felices y pensaban que, tarde o temprano, Bourlon tiraría la toalla y se sentaría a comer en un pequeño restaurante junto a un río de truchas, completamente abrumado por la magnitud de la empresa. ¡Craso error! Bourlon es de esas personas cada vez menos comunes que no descansan hasta dejar el trabajo hecho».

La gesta en solitario de Bourlon, prácticamente inalcanzable desde que las etapas se empezaron a organizar con distancias más razonables, suele calificarse de récord. Al menos por lo que respecta a los Tours de Francia de posguerra, porque también es verdad que René Pottier recorrió 325 kilómetros en solitario hasta imponerse en la etapa Grenoble-Niza de 1906. Eso sí, en aquella época, la clasificación general se calculaba por puntos, por lo que no se valoraba la ventaja obtenida en el crono al llegar a meta. 

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