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Cherbourg: una vida teñida de amarillo para los “flahutes” (1/6)

¿A QUÉ JUGAMOS?

En la salida de Saint-Lô, el sprinter distinguido la víspera en la línea de meta de Utah Beach se enfundará un maillot amarillo que sin duda se afanará en conservar. Aún no estaremos hablando de grupetos ni de cálculo de diferencias, pero el recorrido será ya selectivo y tramposo. El perfil de falso llano mantendrá a los corredores bien juntitos, mientras que el viento puede hacer acto de presencia durante los últimos 100 kilómetros, que se desarrollarán en una carretera fundamentalmente costera y serán de todo menos un paseo tranquilo a orillas del mar. Y si la lluvia decide entrar en escena, el pelotón corre el riesgo de embarcarse en una carrera de “flahutes” en pleno mes de julio, con un número aleatorio de supervivientes. Sobre todo el colofón final, que se despliega en dos tiempos durante los últimos tres kilómetros, con un tramo del 14% de desnivel inmediatamente antes de la llegada con el que solo se atreverán los corredores más explosivos.

SEGURO QUE LO TIENEN PENSADO…

Se trata de un golpe de fuerza que deberán dar los corredores en el tramo final de la etapa tras una jornada extenuante y estresante en la que, para más inri, se habrán visto expuestos al viento… Un panorama que puede resultar del agrado de Peter Sagan. Es, de hecho, el lugar ideal para que el eslovaco ponga fin a una sequía de victorias que le mina desde que se coronó en Albi en 2013… Una pelea que a buen seguro querrá dar en vista de que la victoria iría acompañada del codiciado maillot amarillo. Ahora bien, el campeón del mundo no será el único candidato que querrá despuntar en el puerto de Cherbourg. Desde su calvario en 2015, Michael Matthews parece haber aparcado el sufrimiento y ha demostrado ser un temible corredor todoterreno, como hemos podido constatar en la París-Niza. El australiano podrá vengarse de lo ocurrido en los Mundiales de Richmond, donde recordemos fue 2º, y demostrar que es el mejor posicionado para retar la supremacía de Sagan de cara al maillot verde. En menor medida, John Degenkolb forma parte de los sprinters que no se arrugan ante esas paredes que aportan ese plus de emoción a los finales de etapa. Y corredores explosivos como lo son Joaquim Rodríguez, Alejandro Valverde y también Julian Alaphilippe o Simon Gerrans podrán encontrarse aquí en su salsa.

Sería un pésimo mensaje para la competencia mostrarse a la zaga y ceder tiempo y terreno sobre los rivales en el segundo día de carrera. Desde ese momento, el deseo de Christian Prudhomme de ver a “los favoritos codo con codo desde el inicio del Tour” podrá cumplirse en Cherbourg. Como en Sheffield en 2014 y en Huy el año pasado. Además de su sentido del espectáculo, Alberto Contador reúne todas las cualidades para dinamitar un pequeño grupo al final de la carrera, al igual que el recién llegado Fabio Aru, que celebrará ese día sus 26 primaveras, además de Nairo Quintana, que sigue a la caza de su primer maillot amarillo.

UN POCO DE HISTORIA

Si bien el final propuesto este año se aleja de las experiencias de los últimos años, lo cierto es que las llegadas a Cherbourg fueron numerosas durante el Tour de los años 20, deseosos como lo estaban los organizadores de franquear las fronteras del territorio. Algunas marcaron época, como ocurrió en 1923, cuando un recién llegado Ottavio Bottecchia sorprendía en la 2ª etapa a los favoritos del día en un ataque de raza y en solitario a solo dos kilómetros de la meta. El año siguiente, el insolente se convertía en el primer ganador italiano de la ronda gala, antes de volver a coronarse en 1925. En 1924, poco después de la salida de Cherbourg, en dirección a Brest, estallaba la polémica: los hermanos Henri y Francis Pélissier, acompañados por Maurice Ville, abandonaban tras recorrer 76 km cabreados con la organización, que les había prohibido enfundarse múltiples maillots para protegerse del frío. Reunidos en el Café de la Gare de Coutances con el periodista y escritor Albert Londres, descargaron su cólera con un punto de manipulación. El artículo publicado en Le Petit Parisien bajo el título “Les forçats de la route” (algo así como “Los condenados de la carretera” ) ha pasado a la posteridad.

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